Entre Cuerdos y Recuerdos
Helen Blejerman
Llegué y la ciudad estaba sola, pero sola, sola. Como esa intimidad de toque eléctrico, que cala desde el centro del silencio, hasta la mera punta de cada pelo del cuerpo. Como cuando tocas el pulgar frío del pie de tu padre, para darte cuenta que está muerto. Sin vuelta para atrás, su primer día de muerto. Vaya, la ciudad estaba difunta.
Dicen que cuando uno deja atrás un lugar, la útima foto se congela y queda pactado el recuerdo. Éste pierde calor, gana frío y queda petrificado, para uno a uno amontonarse en la espalda (quizá por eso los viejos caminan encorvados, por el peso de tanto recuerdo). Esta última foto-memoria, hace difícil entender que aunque uno no esté presente, el lugar que se dejó sigue vivo. Se sigue encendiendo el primer faro cada mañana, se sigue apagando el último faro cada noche y la madrugada maternal sigue cuidando al borracho, mostrándole a través de los charcos su méndiga alma zigzagueante.
Por la rigidez de los recuerdos, no es fácil entender que los líquidos del lugar que se dejó, siguen corriendo por sus venas. Que el barullo citadino inhala y exhala, y que los pájaros cantan en las vecindades y escapan de mil jaulas abiertas. . . esté uno o no esté uno.
Aquí, la ciudad no siguió viva, siguió muerta. No sé porqué y no sé cuándo.
El sitio es el mismo de entonces pero no reconozco lo que veo. Estoy segura que es el lugar correcto, porque entré caminando y había un letrero de bienvenida. El que pone la delegación para que sepas que ya llegaste.
Mientras que buscaba la calle donde nací -quiza buscando los brazos de mi madre- creí ver a una niña. Pero, ¿qué haría una criatura sola en una ciudad desierta?. Bueno, ¿qué hace una mujer sola en una ciudad desierta?. Lo que parecía una niña, lo era. Se acercó más a mí y me hizo una seña para que la siguiera. Le quería preguntar ¿qué sabía ella de ésto que estaba pasando. . . o más bien, no pasando?. La seguí. Empezó a correr y me obligó a correr, le grité: “¡Detente, cuidado!”. Ver correr a una chiquilla en una avenida grande desierta, parece mucho más peligroso que verla en la misma avenida totalmente transitada. Dio la vuelta en una esquina, donde un grupo de niños jugaban en el patio de una escuela. Los niños explotaron el silencio en risas. La criatura misteriosa y único habitante, se incorporó al grupo de niños misteriosos, únicos habitantes. Mientras yo trataba de entender primero aquella soledad y ahora la presencia de los niños, salió al patio lo que parecía una maestra, pero rápidamente se volvió a meter al edificio. La niña corrió fuera del patio y yo la seguí diciéndole: “¡Cuidado, no puedes correr así por una ciudad vacía!”.
La chiquilla entró a lo que parecía un mercado. Me fui acercando para encontrarme con un típico mercado local, con techos de lonas rosas e innumerables verduras frescas. La criatura estuvo siempre visible pero ahora frustrantemente inalcansable. El mercado lleno de nuevos habitantes únicos (y escandalosos), dejó ver a lo lejos una avenida rápida ahora totalmente transitada: claxons, motores, silvidos de policías, sirenas de ambulancias. . . gente yendo y viniendo. También se manifestó una entrada del Metro, con ríos desbocados de personas entrando y saliendo indefinidamente.
De la niña no supe más.
La ciudad difunta estaba viva. Los espacios ganaban existencia. Se rellenaban lenta y continuamente como las ondas del río, cuando se avienta una piedra a la superficie. Yo me encontraba casi en las afueras, empujada y bienvenida al mismo tiempo por estas reconstruídas escenas.
Ésta no es la gente que yo recuerdo, todos son diferentes. Me pregunto, “¿dónde estaban en el momento en que llegué? y ¿dónde están los que yo dejé?.
¿Será que en la distancia, la memoria va desbesando, desabrazando y desquitando ‘amoramientos’?. ¿Será que uno se lleva consigo las almas de las personas familiares y no las vuelve a regresar a sus cuerpos y esos cuerpos tienen que generar nuevamente sus propias almas?.
Supongo que uno mismo, al llegar al lugar que se dejó hace mucho, dibuja nuevos cuerpos, rostros y amores. . . o quizá después de todo, el lugar hace tiempo no visitado, sí muere y revive en cada visita.
Publicado en
- Antología Recuentos Urbanos 2009. Editorial Palabras y Plumas Editores, México DF.
- Now Then Magazine' issue June 2010. Sheffield, UK.